Levantó la mirada. Algún engranaje en su cerebro se había oxidado o descarrilado. Ahora sus ojos eran fríos. Recordaban a dos rocas lunares en el fondo de un gran cráter. Esas frías rocas le atravesaron, como si fueran unos potentes rayos X, penetraron su epidermis, se extendieron por el interior de su cuerpo y lo inundaron todo de esa frialdad. Luego bajó la mirada y la volvió a clavar en el suelo.
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