Un alma en pena que se tira del balcón realizando un perfecto salto olímpico, con transeúntes como espectadores y aplausos que corean el eco del choque contra el suelo. Pies descalzos sin estar fríos. Pies fríos sin estar descalzos. Una Polonia del 44 o un váter como autorretrato.
Hay un corredor de largas distancias bajo el agua que se alimenta de peces dragón o de pinchos de faneca según su cercanía a la superficie del agua y que pide con gritos ahogados una gran burbuja en la que vivir. Hay veces en las que nuestro atleta se entrega completamente a lo monstruoso. Y en sus ojos hay amor y también hay muerte. Y en su mirada lejanía. Quiere encontrar a una mujer que haya nacido con rosas en los ojos y el estigma en la frente.
Y decidiste enamorarte de la vida que es la única que estará ahí hasta que llegue tu estertor de muerte. Así elegiste la opción fácil, que es mejor que enamorarte de una persona, que se mete entre las líneas de los libros que lees, entre las notas de la música que escuchas y entre la gran parte de tus buenos recuerdos. Aunque tuviste suerte y encontraste la clave para olvidarle: abrir la ventana de tu habitación por la que solo entrará aire del sur y dejar de ir a conciertos de punk.
Si pudieras te reducirías a un tamaño microscópico y recorrerías su cuerpo saltando de lunar en lunar. Y probar su piel con sabor a marihuana y hachís. A sal y metal. A piña y queso. A insomnio y ceguera. A calor y humedad.