Tomas un trago para calmar los nervios. Coges la americana, aseguras el revolver en tu cinturón, te pones las gafas de sol y sales de casa. Empiezas a caminar con paso inseguro. Te secas el sudor de la frente, miras al cielo, respiras hondo e inicias el movimiento fatal: entras en el banco. Te acercas a una mesa al azar, presidida por una mujer demasiado atractiva para el tema que te atañe. Le puedo ayudar? Te sientas, deslizas la bolsa vacía por encima de la mesa, le muestras disimuladamente el revolver. Ella abre los ojos de par en par cual niño asustado, pero mantiene la calma. Abre un cajón, saca varios fajos de billetes, los guarda en la bolsa y hace que esta deshaga el camino sobre la mesa. Alargas la mano para recogerla y la posas sobre la suya sin querer. Eleváis la mirada a la vez y, en un momento de nervios, te inclinas y la besas. Ella te quita las gafas de sol, se aferra a tu cuello y entrelaza su lengua con la tuya. Y ya no sabes dónde estás ni que hace esa gente mirándote, ni te importa el dinero, ni tus problemas con la ley, y solo tienes en la mente su mirada y su pelo, y entonces de repente te aparta. Tú reaccionas. Te pones las gafas, coges la bolsa y te vas corriendo.
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