domingo, 29 de enero de 2012

Y cierro los ojos y te imagino a mi lado, conduciendo, tranquilo, relajado. Con una mano en el volante y tu codo izquierdo apoyado en la ventanilla bajada y tu mano sujeta un cigarrillo con el que jugueteas entre tus dedos mientras canturreas un canción de Louis Armstrong, alegre, feliz, parece que no te preocupa nada. Y a veces, mientras el viento te revuelve tu pelo cobrizo, te giras hacia mí y sonríes, y veo tus ojos verdes brillar, llenos de vida. Pero en seguida te vuelves a girar hacia la carretera, conduciéndome hacia quién sabe dónde. Pero ese pensamiento feliz que tengo en seguida es interrumpido, porque alguien me llama desde la lejanía, desde la Tierra, y tengo que abrir los ojos, y mirar al profesor que me llama y a mi compañera de pupitre que me dice que me toca leer, y que me dice amablemente por qué parte del libro vamos. Y es que tengo que regresar al mundo real. Pero no quiero, porque en él no estás tú conmigo.

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