Me gusta dormir poco y quedarme despierta hasta altas horas de la madrugada, aunque al día siguiente me caiga de sueño. Aunque también me gustan esos días que duermo hasta medio día.
No me gusta el reggaeton, ni que la gente que lo escucha lo ponga a todo volumen sin respetar a nadie; la gente demasiado egocéntrica; ni los que preguntan lo mismo varias veces.
Me gusta el té.
Tanto puedo hablar sin parar como callarme durante horas.
Me encantan los deportes y la comida basura, supongo que para compensar.
Me gustan los niños pequeños negritos, los autobuseros que saludan, las personas sonrientes y las personas muy muy mayores.
Me reconforta la idea de que después de la muerte no hay nada, preguntarme a mí misma estupideces y pensar que ciertos personajes de ficción existen en la realidad.
Vivo de utopías.
No me gusta que se me quede la sal en la espalda después de bañarme en el mar.
Me gusta la gente a la que todo le da igual pero también la que tiene las cosas claras. También me gustan las historias de amor en las que uno de ambos muere y el otro, en un ataque de desesperación, desentierra su cuerpo.
No me gustan los triángulos amorosos ni los insectos.
Todo me da bastante igual, hasta que una tontería me arruina el día.
Me iría mejor si no me enterase de nada, menos aún de lo que ya lo hago.
Me gustan las pelis y las canciones que consiguen emocionarme. Y el olor del portal de mi abuela.
También me gusta mucho mi abuela. Y los atletas que lloran.
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