jueves, 16 de febrero de 2012

Corría sin aliento y con los músculos agarrotados por calles atestadas de gente. Dando codazos, avanzaba a trompicones sin descanso. En sus brazos llevaba agarrado con fuerza una valiosa posesión que le había arrebatado, minutos antes, a una mujer en su propia casa. Fuera lo que fuese que llevaba en las manos,  le manchaba de un líquido oscuro las mangas de la gabardina, y el ladrón lo sujetaba con brazos protectores mientras corría sin descanso bajo las farolas que iluminaban el rostro, culpable y sudado. En una esquina, torció a la izquierda y se internó en un lúgubre y oscuro callejón. Tras un contenedor, echó un vistazo a su tesoro. Un gran corazón, rojo y aun palpitante, agonizaba entre sus brazos manando sangre.

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