lunes, 27 de febrero de 2012

A veces, cuando el sol se ocultaba y el frío inundaba las calles y también sus entrañas, la puerta se abría y entraba su padre, con una barra de pan o un pedazo de queso. Sus hermanos se abalanzaban rápidamente hacia él con alegría, y en sus rostros rasgados y huesudos aparecía una gran sonrisa. Pero a él no le gustaba eso. Sabía perfectamente que ellos no eran la única familia hambrienta y le preocupaba que le hubiese quitado la comida a otro pobre demonio. Entonces, cuando se sentaban todos a la mesa y troceaban la comida, el padre le miraba desde el otro lado de la mesa sabiendo lo que le iba a preguntar. Entonces él, se armaba de valor; ''de dónde lo has sacado?'' le preguntaba. ''Limítate a comer''. En ese momento, él se cruzaba de brazos o les daba la espalda. Pero entonces volvía a notar la mirada del padre sobre él. Y entonces alzaba la vista y ahí estaban sus profundos ojos grises mirándolo con seriedad y frialdad, sin dejar ver el interior del alma, a diferencia de antes. Antes de que empezase toda aquella locura, su padre siempre tenía una sonrisa en la cara y la mirada afable. Pero ahora cuando le miraba le daba hasta miedo. Más de una noche se había despertado angustiado y con un sudor frío empapándole el cuerpo. Y se imaginaba esos ojos grises en cualquier parte de la estancia en penumbra, y no podía conciliar el sueño pensando que aquella mirada estaba en la habitación de al lado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario