lunes, 6 de febrero de 2012

Un bajo. Una única habitación. Un pequeño paraíso resguardado por una pequeña puerta en un callejón cualquiera. Entrar y ver paredes pintadas de cualquier manera, con formas abstractas pero colores bonitos, haber pintado esas paredes cualquier tarde calurosa de verano con amigos, haciendo el idiota y luego mirar para ellas sentado mientras vemos la pintura secar y la olemos. Tener un colchón en el suelo con mantas y muchos, muchos cojines y almohadas. Un gran sofa envejecido y decolorado por el sol. Una o dos ventanas cuyas cortinas serían sendas banderas de Reino Unido. Una gran estantería llena de libros, libros de todo tipo, que llenaran la estantería. Libros bonitos con dedicatorias originales y firmas y anotaciones. Libros desgastados de tanto releerlos. Abrirlos y que huelan a historias vividas y por vivir, a las personas que lo han leído. Olerlos y recordar a alguien. Quien sea. Unos grandes altavoces y un pequeño reproductor de CDs. Y una estantería al lado con todo tipo de discos. Puede que uno o dos cuadros. Dos o tres lámparas que le den un aspecto relajado. Un armario empotrado repleto de ropa cómoda  y vieja. Un jodido paraíso. Dejar entrar solo a las personas que de verdad se lo merezcan. Que de verdad tengan en su interior guardado algo que les dé el pase a ese lugar. Un lugar hecho para pasar allí domingos lluviosos o lo que sea. Da igual. Un paraíso para ir cuando se quiera y con quien se quiera.

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