El primer y último recuerdo que tengo de él es uno borroso y engañoso. Debía de tener unos seis o siete años. Le estábamos invitando a venir a comer con nosotros, nos abrió la puerta de forma despreocupada. Llevaba el pijama, un albornoz, el pelo revuelto y la barba descuidada. Se sentó a ver la tele en el sofá. Lo recuerdo todo muy desordenado. Un piso pequeño y olor a humedad y muebles viejos. Tardamos menos de treinta segundos en irnos después de que rechazara nuestra proposición. Le dije un simple adiós. Esa fue la última palabra que le dirigí, alma cándida de seis años. Un par de semanas después se sumió en un profundo sueño del que no despertó nunca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario