Ella dijo que no. Miles de veces. No funcionó. Los monstruos afloraron. Salieron por su garganta, lo estropearon todo. Lo dejaron todo patas arribas, lo destrozaron completamente. Y luego volvieron a desaparecer en su interior. Y todo se volvió a calmar al cabo de un tiempo. Como si alguien hubiese tirado una piedra a un pequeño estanque. Volvieron por donde había venido y el cuerpo de ella volvió a la vida. Dejó de estar desparramada en el suelo con los ojos vidriosos y la mirada perdida. Volvió a la vida. Porque al fin y al cabo, ella necesita que esos monstruos salgan de vez en cuando, pero también necesita que vuelvan a su interior. Que se queden allí dentro durante un tiempo y que luego vuelvan a salir y a estropearlo todo. Entonces ella vuelve a comenzar de cero. Vuelven los remordimientos, los monstruos le vuelven a susurrar cosas terribles al oído por las noches y ella vuelve a tormentarse con arrepentimientos estúpidos. Pero es lo único que le queda.
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