Las olas arremetían contra el muelle una y otra vez. Como si se quisieran llevar una a una las tablas de madera al fondo del océano. Chocaban con fuerza contra él y en un momento se deshacían. Pero enseguida se creaba otra nueva más fuerte si cabe. Y se arremolinaba, se revolvía y se retorcía. Aun y así, el muelle siguió allí, impasible.
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