lunes, 23 de abril de 2012

Se siente como si estuviera en medio del desierto. Puede gritar hasta quedarse sin voz, gesticular o correr en círculos, pero no importa. Porque nadie la va a oír. Va a seguir en la extrema soledad de esa arena sin fin, que parece que nunca termina. Mira hacia la derecha, mira hacia la izquierda, y todo es arena. Como si cada granito de arena fueran sus problemas.Y alza la vista al cielo y no ve ni una sola nube, todo es tan azul que da hasta vértigo. Y allí, en aquella profundidad, piensa en ese Dios al que tanta gente reza y que no se deja ver cuando de verdad se le necesita. Tanta gente perdiendo su tiempo y su vida predicando a algo que no existe. Pero a ella eso ya le da igual. Porque cae sobre sus rodillas levantando arena, sus problemas. Se deja caer y nota la ardiente arena en su cara y piensa en lo bien que estaría en ese momento beberse un buen vaso de agua fresca. Y comienza a notar los párpados pesados, como dos monedas. Y ve unas palmeras a lo lejos, pero no tiene fuerzas para levantarse. Los párpados pesan ya como dos corderos. Y empieza a ver como las dunas se van alejando más y más. Y sus párpados son dos grandes búfalos y deja que por fin se cierren y se deja mecer en un profundo sueño. Y se queda así, tendida en la arena. Para siempre.

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