Me basta con bailar contigo para ser feliz.
sábado, 31 de marzo de 2012
Por alguna razón, no soy capaz de olvidar el día y el lugar en el que nos conocimos. Por muchas décadas que hayan pasado, sigue más vivo en mi memoria el escenario que tu rostro. A pesar de todo lo que te quise. Aquella noche lo habría dejado todo por ti. Pero tú no me necesitabas como yo a ti. Así que te fuiste y me dejaste un vacío enorme en el corazón que pasó a formar parte de mí para siempre. La última imagen que conservo de ti es un portazo terrible. No te volví a ver, no volví a hablar contigo.
jueves, 29 de marzo de 2012
martes, 27 de marzo de 2012
''Y si me intento acercar, él enseguida se va. No sé adonde va, no sé donde está. Luego se remueve inquieto en la cama, tiene sueños horribles. Así que nos acostamos juntos en la noche, porque no tenemos nada que decirnos. Solo se oye el latido de nuestros corazones como dos tambores en la oscuridad.''
miércoles, 21 de marzo de 2012
A veces, cuando ella iba conduciendo lo suficientemente relajada como para no responder con gritos a mis preguntas, teníamos conversaciones muy agradables. Incluso puede que cuando tenga sesenta años y esté en mi mecedora tejiendo, me acuerde de esas conversaciones. En una de esas conversaciones, la llegaba a conocer más que si conviviese con ella un año entero. Hablábamos de todo, no teníamos límites. Y no había mejor escenario que los prados con rocío de la mañana con alguna que otra casa perdida por ellos. Y nuestras cabezas, sobrevoladas por águilas, cigüeñas o cuervos que agitaban sus alas sin descanso en un cielo gris que parecía no tener fin. Charlábamos durante unas dos horas, luego nos bajábamos del coche y ella volvía a ser la de siempre. Pero durante aquellas conversaciones la llegaba a apreciar.
lunes, 19 de marzo de 2012
Déjame llevarte hasta la luna. Saltaremos juntos cráteres, miraremos las estrellas, bailaremos, haremos el amor. Mis ojos te seguirán haya adonde vayas, y mi cuerpo también lo hará inconscientemente, a la vez que suspirará. Vayamos allí y creemos nuestra propia religión, porque tú eres el único Dios que necesito.
Cuando usted quiera. Fue lo que me dijo el sepulturero. Ahora lo recuerdo con mayor nitidez que en el momento. Estaba allí sentada en el suelo, con las lágrimas que no podía retener en mis ojos rojos. Escuché la voz de camionero del hombre muy lejana, de otro mundo. Creo que ni siquiera supe qué significado tenía la frase que dijo. Entonces me di cuenta. Yo era la última persona con la que él había hablado. Y eso era un peso que me acompañaría siempre. Asentí. No sé si respondiendo al sepulturero o si dándome la razón a mí misma, la cuestión es que asentí repetidas veces, mientras mis hombros se veían afectados por pequeñas convulsiones. Me sentía como si alguien me arrebatase con manos crueles parte del aire que acudía a mis pulmones. La lluvia caía a cántaros, me empapaba la ropa, convertía la tierra sobre la que estaba sentada en barro, se fusionaba con mis lágrimas, alimentaba el prado. Aquello me hizo pensar que el mundo seguía como si nada. Como si él siguiera con nosotros, como siempre. Cuando terminó el trabajo, el sepulturero se fue, con un cigarrillo en la boca. Nos dejó solos, como el resto. Yo me negaba a levantarme y a dejarlo solo. Si se diera cuenta de lo que pasaba y lo veía desde donde fuera que estaba, se deprimiría mucho al ver que la lluvia caía sobre sus manos, su cara, su estómago, sus piernas, en la oscuridad de la noche, sin que nadie lo acompañase ofreciéndole algo de compañerismo. Escuché el campanario tras de mí anunciando las once de la noche. Me juré a mí misma que, en cuanto parara de llover, subiría a la torre del campanario y me arrojaría al vacío fríamente. Dejaría atrás a toda aquella gente estúpida que lo había abandonado bajo la lluvia y me iría con él, para que pudiéramos ver juntos como la lluvia de invierno caía sobre nuestros cuerpos huecos. Y aquella gente estúpida iría a la iglesia como fui yo, diría estupideces como que era una pena con lo joven que era y luego se irían a su casa, a tomarse un whisky a la luz de su acogedora hoguera mientras caería lluvia sobre mi estúpido cadáver. Pero no fui capaz de subir aquella maldita torre.
Aunque son pocos, realmente hay momentos que no cambiarías por nada. Y eso te duele más que nada en el mundo, porque sabes que en cuanto tenga una oportunidad te va a traicionar, y que por mucho que hagas no lo vas a poder evitar. Pero mientras tanto, sigues con tu vida de gato solitario recorriendo tejados, y le ocultas a los demás tus sentimientos, intentando vivir el presente.
jueves, 15 de marzo de 2012
Era un casa grande. Tenía una pequeña puerta para entrar que daba a un jardín cuya decoración era un cerezo y unos rosales que en primavera daban unas rosas preciosas. Luego estaba la puerta de entrada a la casa o unos grandes ventanales que daban al salón. La puerta daba a una entrada con un pequeño pasillo que en el verano siempre lo cruzaba una fila de hormigas que el único capaz de hacerlas desaparecer era el otoño. El pasillo terminaba en otra puerta para acceder al garaje y giraba a la izquierda mostrando el salón. Tenía una chimenea, un aparato de música, un gran sofá, una mesa y estanterías. Detrás del sofá estaba la gran mesa que hacía de comedor con unas cuantas sillas. Al final del comedor, estaba la cocina que daba a un pequeño patio trasero con unas sillas de plástico para sentarse al sol al verano. Si jugabas a la pelota en ese patio, al final siempre tenías que acabar timbrando al vecino porque la pelota había acabado pasando el muro con una mala patada. Al lado de la cocina había un pequeño baño, y después de este una pequeña habitación que se usaba como trastero. A la izquierda de este, había unas escaleras de madera que daban acceso al segundo piso. El segundo piso tenía una habitación con balcón y baño, otro baño contiguo y otras dos habitaciones. Las escaleras seguían hasta una especie de buhardilla con una especie de armario de la limpieza y unos ventanales que daban a una gran terraza. El tercer piso tenía varias funciones: trastero, salón y azotea. Y esa era la casa completa. La describo diez años después para mantener su recuerdo vivo en mi memoria. Porque ya no recuerdo si ahí pasé los mejores años de mi vida o los peores.
A veces tengo la terrible sensación de que no encajo en ningún sitio. Y cuando llega esa sensación, se apresa a mí como si fuera un pulpo con unos tentáculos enormes y me vengo abajo. No tengo nada que ver con la gente que me rodea. Ni el más mínimo vínculo me une a ellos. Y como consecuencia, me siento terriblemente sola. Y empiezo a preguntarme si de verdad existirá un lugar en el mundo en el que me sintiera a gusto y acompañada. Y me dan ganas de salir a buscarlo inmediatamente. Pero no puedo, porque la gente a la que no pertenezco me tiene atrapada, apresada con sus tentáculos.
lunes, 12 de marzo de 2012
Tienes una cara como si hubieses desayunado en el armario de la limpieza del Hotel de los Corazones Rotos, con una comida miserable y una camarera igual. Tras haber dormido en un colchón que no hacía más que soltar reproches de sus muelles cada vez que cambiabas de postura en la cama con una señora de compañía cuarentona que recogiste en el callejón de la Amargura, torciendo la esquina en la avenida Desamor.
domingo, 11 de marzo de 2012
martes, 6 de marzo de 2012
Nací con luna llena. Y en el mejor día de mi vida había luna llena. Quizás por eso siempre fui medio lobo. Me gusta que se oculte el sol y ver como ella comienza a surgir, poderosa, entre las nubes. Hace que me sienta protegida. Nunca dejé de ponerme a cuatro patas y de aullarle al llegar la noche. Tras ese saludo, me voy a recorrer montes, corriendo sin que nadie me pueda parar, libre. No paro, nunca paro antes de que ella, mi siempre fiel compañera, desaparezca tras las montañas. Entonces, vuelvo a ser normal solo para que la gente me acepte, y regreso a mi vida de adulto responsable. Me gusta ver como la gente siempre se queda mirando mis imponentes ojeras. Ellos no saben nada. Solo ella, desde allí arriba, mostrando solo la parte que quiere que veamos de sí misma, como yo, me mira con complicidad, asegurándome que guardará el secreto.
Todos los te quiero y los gestos de cariño se fueron perdiendo poco a poco entre las miradas de reproche y los insultos en murmullos. Aprendieron a odiarse, así como aprendieron a dejar de confiar en el otro. Las palabras que cruzaban ya no eran de cariño, sino de fastidio. Las palabras bonitas al oído se esfumaron en cuanto se empezaron a leer los mensajes del móvil. Dejaron de llamarse a todas horas para preguntar tonterías. Dejaron de sentir celos. Acabaron haciéndose a la idea de que la época bonita del amor es corta, y que una vez que se pierde ya no vuelve.
sábado, 3 de marzo de 2012
Anoche soñé contigo. Y no estaba durmiendo, todo lo contrario, estaba bien despierto. Soñé que no hacía falta hacer ningún esfuerzo, para que te entregaras, en ti yo estaba inmerso... Qué lindo que es soñar. Soñar no cuesta nada, soñar y nada más, con los ojos abiertos, y no cuesta nada más que tiempo.
viernes, 2 de marzo de 2012
A veces, me da por pensar en todas esas personas que pudieron estar en mi vida y no están. O en todo lo que me quedaba por vivir con gente que se fue de mi lado. O en qué pasaría si yo me fuera para no volver. O en qué hubiese pasado con ellos dos si yo nunca hubiese nacido. O qué hubiese pasado si toda una serie de malditas casualidades y juegos del destino no hubiesen ocurrido. O si hubiese hecho esto o aquello o si hubiese reaccionado de esta manera o de esta otra. O en todo lo que me perdí a su lado por culpa de su segunda personalidad. Y sigo pensando e imaginándome. Y entonces unas manos invisibles me hacen un fuerte nudo marinero en la boca del esófago. Y entonces me doy cuenta de que no puedo hacer nada. Y esa impotencia es lo que más daño me hace y me mata todos los días.
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