Era un casa grande. Tenía una pequeña puerta para entrar que daba a un jardín cuya decoración era un cerezo y unos rosales que en primavera daban unas rosas preciosas. Luego estaba la puerta de entrada a la casa o unos grandes ventanales que daban al salón. La puerta daba a una entrada con un pequeño pasillo que en el verano siempre lo cruzaba una fila de hormigas que el único capaz de hacerlas desaparecer era el otoño. El pasillo terminaba en otra puerta para acceder al garaje y giraba a la izquierda mostrando el salón. Tenía una chimenea, un aparato de música, un gran sofá, una mesa y estanterías. Detrás del sofá estaba la gran mesa que hacía de comedor con unas cuantas sillas. Al final del comedor, estaba la cocina que daba a un pequeño patio trasero con unas sillas de plástico para sentarse al sol al verano. Si jugabas a la pelota en ese patio, al final siempre tenías que acabar timbrando al vecino porque la pelota había acabado pasando el muro con una mala patada. Al lado de la cocina había un pequeño baño, y después de este una pequeña habitación que se usaba como trastero. A la izquierda de este, había unas escaleras de madera que daban acceso al segundo piso. El segundo piso tenía una habitación con balcón y baño, otro baño contiguo y otras dos habitaciones. Las escaleras seguían hasta una especie de buhardilla con una especie de armario de la limpieza y unos ventanales que daban a una gran terraza. El tercer piso tenía varias funciones: trastero, salón y azotea. Y esa era la casa completa. La describo diez años después para mantener su recuerdo vivo en mi memoria. Porque ya no recuerdo si ahí pasé los mejores años de mi vida o los peores.
No hay comentarios:
Publicar un comentario