Unlucky era un perro medio lobo. Su padre había sido un fuerte y gran lobo que se había impuesto a los débiles y hambrientos perros. Su madre, un husky siberiano magnífico. Su pelaje relucía, sus ojos brillaban de vida y su inteligencia impresionaba. Al verla parecía que brillaba por sí sola. Unlucky, un mestizo condenado al odio de la gente de la ciudad debido a que por su sangre corrían aullidos en noches de luna llena, fue el único sobreviviente al parto de una camada de seis preciosos cachorros. Los encontramos, a él y a su madre llena de magulladuras de la última paliza del bastardo que estuvo a su cargo, atados a un poste de electricidad de las afueras. Unlucky se alimentaba de la leche de su madre con los cadáveres de sus hermanos esparcidos a su alrededor. Su madre tenía un estado de desnutrición bastante avanzado cuando los encontramos. No fue posible salvarla. Pero a Unlucky sí. Hubiese sido mejor para él el final de sus hermanos, pero no tuvo esa suerte. La gente lo miraba con asco y aprensión por la calle e intentaban no pisar por donde él lo hacía.
Murió la noche que me encontró a mí. Murió por la razón que lo hubiese hecho yo de no ser por él. Fue el primero en encontrarme en medio de tanto hielo. Me rastreó y corrió kilómetros. Se me acercó mansamente. Noté su cálido aliento en mi gélida cara, sus ojos azules clavados en los míos y sus fuertes latidos al lado de los míos, lentos y débiles, como intentando compensarlo. Era como algo irreal. Me dio un golpecito con el hocico en la mejilla y luego se hizo un ovillo, apretujado a mí. Con manos temblorosas me agarré con fuerza a su suave y denso pelaje, me sentí protegida y dejé que por fin mis ojos se cerraran sin miedo a que nunca más se abrieran. Desperté en una camilla de hospital. No habría sobrevivido aquella noche de no ser por Unlucky. De alguna forma, me dio su vida. Como si hubiésemos hecho un escalofriante trato con el diablo. Unlucky se sacrificó por mí. Y le estaré eternamente agradecida.
Me rastreó y corrió kilómetros. Se me acercó mansamente. Noté su cálido aliento en mi gélida cara, sus bolas azules por el fío clavados en los míos y sus fuertes latidos al lado de los míos, lentos y débiles, como intentando compensarlo. Era como algo... GIGANTESCO! Me dio un golpecito con la punta en la mejilla y luego se hizo un ovillo, apretujado a mí. Con manos temblorosas me agarré con fuerza a su suave y denso pelaje, me sentí protegida (y sí, un poco violada)y dejé que por fin mi ojete se cerrara sin miedo a que nunca más se abriera.
ResponderEliminarPD: eeeeeeejejeje que cochina Helena
JAJAJJAJAJAJAJAJJJAJAJAJAJAJJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJ
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